sábado, 18 de mayo de 2013

A la cuarta, va la vencida.

No son ni las siete de la tarde cuando llego al aeropuerto. El bullicio hace que me traslade de lugar, irónicamente, pues estoy algo nerviosa. Siempre me ha encantado perderme en nosedonde, aunque en realidad siempre he querido llegar a algún lugar que me resulte cómodo y familiar. Al contrario de lo que muchos piensan, a mí lo desconocido me fascinaba. 
El megáfono me saca de mis pensamientos y descubro que aún quedan unos minutos para el despegue de mi avión. Me toco las manos, algo nerviosa. Este destino es a la par familiar que desconocido, un tanto ideal, podría pensar, pero me aterra. Por una vez en mi vida, me aterra que aquello desconocido me tome por sorpresa y recaiga sobre mí el "te lo dije" paterno. 
Me apresuro un poco, pues podría perder el vuelo,aunque voy mirando las demás puertas de embarque, por si necesito echar a correr y volver a casa en cualquier momento.
La gente me empuja, me aparta, me mira, me ignora, me pregunta algo en un idioma que no conozco...todo es un caos. No sé qué hacer. Debo decidir si cojo el vuelo 0109 o por el contrario, me quedo aquí, anclada y una vez más, vencida por el miedo.
"Piensa, piensa, piensa en lo mejor, vamos, no pierdas esta oportunidad". Ya ni siquiera mi auto-consuelo me satisface. 
Decido dar algunas vueltas, pues anuncian que mi vuelo se ha retrasado una media hora-"Genial, eso me da un margen". Deambulo por estos grandes espacios llenos de escaleras que van hasta a 4 pisos y no pierdo de vista ciertas señales para recordar el camino de vuelta.
Lo cierto es que mis ultimos 3 viajes fueron desastrosos, todos ellos desconocidos y fascinantes en un principio. Sin embargo, en el primer viaje tuve, digamos, un aterrizaje forzoso, una gran tormenta amenazaba parte de mi país y tuve que aferrarme a que, una vez pisara tierra, encontraría otro gran viaje. Aunque no fue ese el gran final, pues cancelé mi segundo vuelo. No me sentía preparada para tal viaje, tras éste último, así que me bajé del avión poco antes de despegar. Debo decir, en mi defensa, que no pensaba dejar de viajar, tan sólo plantearme unos nuevos objetivos. Mi tercer viaje fue breve, pero intenso. Quizás eso fue lo que no lo hizo ideal, pues en esa ocasión llevaba altas espectativas acerca de lo que encontraría en aquel lugar. Soñaba despierta cada noche con ese viaje, corrí ilusionada hacia el aeropuerto y reservé el primer avión que salía ese día a nosedonde. Pero de nuevo, me precipité con mi viaje, pues tanta ilusión se vio frustrada por un paraje desierto. No me gustan ese tipo de lugares, ni siquiera si son desconocidos.
Un anciano deambula por el pasillo en el que estoy sentada y no quedan más asientos libres, así que se lo cedo y me marcho hacia mi puerta de embarque.
Esta vez, no llevo predicciones hechas, ni prisas, ni siquiera el miedo de que de nuevo, me halle ante un aterrizaje forzoso. Sencillamente quiero montarme en ese avión y bajarme en otro lugar desconocido y explorarlo a fondo, como solía hacer casi 3 años atrás. El sentido de mi vida se halla en buscar, no en encontrar- parafraseando a Bucay. 
Son las ocho de la tarde y me dispongo a cruzar los parámetros de seguridad de mi vuelo. Tras mostrar mi identificación, por fin, salto.