martes, 13 de octubre de 2015

Finges que finges

Yo pongo la mano en el fuego y casi siempre me quemo. Qué quieres que te diga, amo arder. Que yo soy puro fuego y tú sólo eres chispa, que tú eres de otro viento y de otro mar y yo, yo sólo soy de montaña. Qué quieres que te diga, adoro tener los pies sobre la tierra. Que yo soy de mochila, cuanto menos peso mejor. Y tú, tú eres de maleta, facturación completa y dos de mano. Eso sin contar el plano bajo el brazo y yo el brazo no lo pondría bajo el plano. Tú eres más de juego y yo apuesto sin estrategia. Las cartas están echadas.
Sin embargo, removíamos el café en la misma dirección, con dos golpes de cuchara secos, o quizás era leche con cacao. Y habrías pasado del sustitutivo al complementario. Y nos asustamos, pero no pudimos escondernos bajo las sábanas, eso sólo para otros juegos muy lejos de todo aquello, quizás sin ellas, son un estorbo. Y me dio miedo. Y a ti también. Y subimos, o quizás bajamos. Pero avanzamos, para arriba o para abajo, quizás hacia un lado u otro.

Y finges que finges. Y sólo evidencias que lo es evidente.


domingo, 30 de agosto de 2015

15:30 pm

Nos encontramos sin buscarnos. Nos encontramos en aquel tiempo en el que mis lágrimas eran de café y tú regalabas sonrisas a la nada.

Tanto y tan poco, a la viceversa. Podría haber sido la mejor de las coincidencias, pero fue la peor de las casualidades, de esas que tienen barreras. Y cuando no te faltan las ganas, escalas sin arnés de seguridad, con la única seguridad de que eres bueno pisando fuerte. Pero si preguntamos al tiempo cuanto tiempo el tiempo tiene para nosotros, probablemente yo ya habría desaparecido antes de mirar el reloj. Y habrían desaparecido tus ganas y tus sonrisas a la nada y al todo. Y no digo desaparecer de desvanecerse, pero sí hacia mi dirección y eso pesaría más que la mochila naranja en la que llevo mi vida desde hace otra vida. Y que la vida no es justa y que yo tengo el tiempo justo, el justo para coger mi transporte hacia ningún lugar para encontrarlo todo, para encontrarme sin saber qué busco. Y definitivamente no te buscaba, eso sí lo sabía.


Y que tus ganas, mi tiempo, tu sonrisa y mis lágrimas querían encontrarse y no pude no darles el capricho. Es lo que tienen los buscadores, que buscan y buscan y a veces no encuentran, pero este no era uno de esos casos sacados de Bucay.

Nos encontramos sin buscarnos y se me antojaba como cuando juegas a un juego desconocido, pulsas todos los botones con la esperanza de ganar. Y ahí cualquier victoria era buena, es lo que tiene la falta de tiempo, ganas y expectativas. Eso es lo que nos caracterizaba, la ausencia de expectativas; las expectativas nacen, crecen, se mantienen y mueren, y yo quise olvidar abonar mi superficie. Pero no creas que no crecía nada, de la nada salen cosas, de las cosas sale mi curiosidad. Y que quizás la curiosidad mató al gato, pero alguien estúpido dijo algo estúpido como que los gatos tienen siete vidas. Mi curiosidad tiene siete intentos; cuadrado, círculo, R1, triángulo, cuadrado, R2, círculo. Totalmente aleatorio.

Y que podría haber sido la mejor casualidad y fue la peor coincidencia.
Y me enamoré de ti tiempo antes de saberlo.
Y eso fue el principio del fin.

lunes, 10 de agosto de 2015

Lecciones


Aprender a no restar una hora menos a cada día. A poner el cuenta kilómetros a cero. A no seguir la línea de la frontera en tu búsqueda. A borrar de mi piel tus caricias y no confundir otras manos con las tuyas. A vivir de día y dormir de noche. A vivir en vertical y no en horizontal. A conseguir olvidar las piernas entrelazadas al caer el sol y sonreír al verlas en la misma posición al amanecer, o muchas horas más tarde. El amanecer...aquellos que llegaban tras bailar durante horas, distintos pasos, distinta música. A veces me pisabas los pies. A veces llevabas el ritmo, aunque resulté ser buena bailarina. A darle una patada a todos los sueños vestidos de blanco o sin ropa. A que el cielo no nos vea llegar a él una y otra vez. A que los cafés sean simplemente cafés y los cigarros sean simplemente cigarros. A viajar sin ti. A que los viajes cobren otro significado mucho más literal. A que los tres puntos de racionalidad e irracionalidad se reten cada vez que te ven a un duelo; a que no se pongan nunca de acuerdo. A no poner rumbo Este cuando llueva, truene o haga frío. A no sentirte como en casa. A no recordar que el único idioma que entendemos ambos es el de los cuerpos, uno sobre el otro, de lado, de pie, contra la pared. A que tu boca no me haga perder el sentido del tiempo y a veces del espacio. A no sentir mi cabeza sobre tu pecho y viceversa. A no pensar que todo fue ilusorio. A rescatar la parte real de entre la idealización. A no tener que luchar más contra viento, marea, tus idas y tus venidas. (¡Y cómo te venías!). A no culpar a nadie en este juego que es la vida, que provoca coincidencias, que provocó la nuestra.
Me gustó jugar contigo.

jueves, 9 de abril de 2015

Historias tristes

Las historias más tristes son aquellas que terminan cuando querías que fuera y no podía ser.

Y tú saltaste. Saltaste a la piscina, como solías hacer, aun sin tener siquiera agua. Solías recordarte a diario que el límite no lo ponías tú, como solías hacer.

Nadie apostaba por ello y tú, aun sabiendo que el póker no era lo tuyo, lo pusiste todo sobre la mesa, a carta descubierta. Todos sabían cómo terminaba el juego, conocían las reglas mejor que tú, pero tú sabías, con certeza, que lo contrario de vivir es no arriesgarse. Y arriesgarse implicaba asumir el final de esa historia tan mágica y tan triste. Mágica porque tenía truco y triste porque no pillaste el truco.

Hasta hoy. 

Nadie te había dicho que el juego tenía aquellas reglas diferentes a las que solías emplear. Supongo que es una cuestión de costumbre, era lo más difícil, asumir que nada sería igual después de tu historia.

Las historias más tristes son aquellas que terminan cuando querías que fuera y no podía ser.

Y tú la seguiste. Seguiste kilómetros a la rosa de los vientos, viento en contra. Solías recordarte a diario que el límite no lo ponías tú, como solías hacer.

Despedirse cuando no te queda nada atrás, cuando tu mochila no pesa más, es fácil, es relativamente fácil. Pero tú cargarías ese peso siempre, recordando los límites, las reglas y la falta de costumbre.
Quien no arriesga, no gana, dicen, pero tú arriesgaste y perdías, un día tras otro. Y tú sentías ganar, a pesar de todo. Fuiste todo aquello que no querías ser, todo aquello que querías ser y pensaste por algunos mágicos instantes en lo que podríais haber sido. Ambos.


Y dormir sin soñar no solía ser lo tuyo.