lunes, 10 de agosto de 2015

Lecciones


Aprender a no restar una hora menos a cada día. A poner el cuenta kilómetros a cero. A no seguir la línea de la frontera en tu búsqueda. A borrar de mi piel tus caricias y no confundir otras manos con las tuyas. A vivir de día y dormir de noche. A vivir en vertical y no en horizontal. A conseguir olvidar las piernas entrelazadas al caer el sol y sonreír al verlas en la misma posición al amanecer, o muchas horas más tarde. El amanecer...aquellos que llegaban tras bailar durante horas, distintos pasos, distinta música. A veces me pisabas los pies. A veces llevabas el ritmo, aunque resulté ser buena bailarina. A darle una patada a todos los sueños vestidos de blanco o sin ropa. A que el cielo no nos vea llegar a él una y otra vez. A que los cafés sean simplemente cafés y los cigarros sean simplemente cigarros. A viajar sin ti. A que los viajes cobren otro significado mucho más literal. A que los tres puntos de racionalidad e irracionalidad se reten cada vez que te ven a un duelo; a que no se pongan nunca de acuerdo. A no poner rumbo Este cuando llueva, truene o haga frío. A no sentirte como en casa. A no recordar que el único idioma que entendemos ambos es el de los cuerpos, uno sobre el otro, de lado, de pie, contra la pared. A que tu boca no me haga perder el sentido del tiempo y a veces del espacio. A no sentir mi cabeza sobre tu pecho y viceversa. A no pensar que todo fue ilusorio. A rescatar la parte real de entre la idealización. A no tener que luchar más contra viento, marea, tus idas y tus venidas. (¡Y cómo te venías!). A no culpar a nadie en este juego que es la vida, que provoca coincidencias, que provocó la nuestra.
Me gustó jugar contigo.

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